La experiencia nos demuestra que en muchas personas las esperanzas ocupan en sus corazones el lugar de la Esperanza.
Para el cristiano su único tesoro debe ser la amistad con el Señor y en él todas las cosas. Esto no quiere decir que no haya que tener esperanzas, no. Hay que tener esperanzas con el Señor, y con el Señor todas las cosas.
San Ignacio de Loyola plantea en el principio y fundamento de los ejercicios espirituales lo siguiente:
“ El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar su alma. Y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la persecución del fin para el que ha sido creado, de donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de esas cosas creadas, cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto la impiden el fin, por lo cual es menester hacernos indiferentes a las cosas creadas en todo lo que se concedido a la libertad de nuestro libre albedrío de tal manera que no queramos más de nuestra parte salud que enfermedad; riqueza que pobreza; honor que deshonor; vida larga que corta, y por consiguiente en todos los demás solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para el que hemos sido creados.”
San Ignacio ha tamizado sus esperanzas y las ha hecho confluir en la gran Esperanza.
Cuidado, no siendo que por desear muchas cosas estemos arrinconando la gran esperanza del cielo, la esperanza del Señor.
Si las cosas que yo deseo me sirven para ese fin último que es la gloria de Dios en el cielo, adelante con ellas; y si no que no me duelan prendas el desprenderme de ellas.
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