Parece ser que algunas personas piensan que la devoción al ángel de la guarda es cosa de niños. No es verdad. Si fuera cosa de niños deberíamos conservarla, porque Jesús en el Evangelio dice: Si no volvéis a ser como niños no entraréis en el Reino de los Cielos...
(Cf. Mt. 18, 1-5)
Es una verdad muy consoladora la de que tenemos siempre en nuestra compañía, aunque de un modo invisible, al Ángel Custodio, señalado por Dios para cada uno de nosotros.
Él nos defiende, nos guarda, nos inspira lo que hemos de hacer para salvarnos, y lo que hemos de evitar para no condenarnos.
Tres cosas debemos a nuestro Ángel de la Guarda:
Reverencia por estar siempre a nuestro lado;
Devoción por preocuparse de nuestro bien;
Confianza en su generosa protección.
Dice Dios: Yo te enviaré a mi ángel, que vaya delante de ti, te defienda en el camino y te conduzca al lugar que te tengo preparado. Respétalo y escucha su voz. (Cf. Ex. 23, 20-23)
Señor, me has dado un estupendo regalo, una inestimable ayuda, y apenas le hago caso: mi Ángel de la Guarda, que me protege y quiere guiarme por el camino de la santidad, pero no siempre hago caso de sus indicaciones. Mi “Ángel de la Guarda, dulce compañía” no toma vacaciones. Su voz es tu voz, y quiero obedecerle.
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